Lienzo del Baptisterio de Nuestra Señora del Mar. Explicación del autor.

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FELIPE BAUTIZA A UN EUNUCO. Notas sobre una pintura del Bautismo

Esta pintura se encuentra en el baptisterio de la Parroquia Nuestra Señora del Mar para ilustrar, a modo de catequesis visual, la celebración del rito del Bautismo.

La técnica empleada es pintura acrílica sobre un lienzo de dimensiones 195 x 130 cm.

Desde un punto de vista formal, el cuadro no es una narración del episodio del libro de los Hechos de los Apóstoles, sino más bien, pretende ser, una expresión simbólica del sacramento del Bautismo. Por este motivo, utiliza un lenguaje más actual, con un concepto plano, formas muy definidas, sin detalles superfluos ni de otros tiempos, sino subrayando la actualidad salvífica de este sacramento.

En la composición predomina una gama cromática cálida, compuesta por tierras rojizas y amarillentas en contraste con algunas zonas frías azuladas. Este recurso, junto a las líneas curvas ondulantes que recorren el espacio del cuadro, provoca un efecto dinámico que expresa el dinamismo de la fe.

El tema de la pintura es Felipe bautiza al eunuco. Se trata de un episodio del libro de  los Hechos de los Apóstoles (Hch 8, 26-40) en el que se narra el primer bautismo de un gentil, al que seguirá el del centurión Cornelio.

Felipe fue impulsado por el Espíritu a salir de Jerusalén en dirección a Gaza y a acercarse a un carro en el que viajaba un eunuco, alto funcionario de la reina Candace de Etiopía. Felipe corrió, dice la escritura, y le oyó leer un pasaje del profeta Isaías. Ante la demanda del eunuco, Felipe subió al carro y comenzó a explicarle el pasaje en el que el profeta se refería al Señor Jesús. Le anunció el Evangelio, el eunuco pidió ser bautizado y Felipe lo bautizó en un río.

Después de esto, un ángel de Dios le arrebató a Azoto, donde continuó su ministerio. El eunuco nunca lo volvió a ver y continuó su camino lleno de alegría.[1]

La escritura nos dice que Felipe era uno de los siete diáconos elegidos por la primera comunidad cristiana, que recibió la imposición de manos de los apóstoles y que era un hombre de buena fama, lleno de Espíritu Santo y sabiduría.[2]

Su nombre es de origen helenista. Su ministerio fue servir a los pobres y a las viudas y cuando comenzó la persecución contra los cristianos de Jerusalén, huyó a Samaria y allí anunció el Evangelio con signos y milagros, expulsando demonios, sanando a los enfermos y otros muchos prodigios.

Con respecto a la iconografía, hay que destacar en primer lugar, la imagen de Felipe, una figura esbelta de pies desnudos y humilde vestido que representa el aspecto ascético de un hombre de Dios entregado al anuncio del Evangelio. En la mano izquierda sostiene el báculo de obispo, ya que, según la tradición bizantina, fue obispo de la ciudad de Trales, y con la derecha sostiene la concha con el agua del bautismo.

La escena se desarrolla en un espacio pictórico amplio, surcado por formas y líneas que atraviesan fondo y figuras creando un todo unitario que expresa la vida nueva del hombre renacido del Bautismo, una vida unida a Dios, como nos dice San Pablo: “en Él vivimos, nos movemos y existimos”[3]

En ese espacio se incluye la representación de las tres personas de la Santísima Trinidad. Dios Padre aparece representado por la franja de luz blanca que viene de lo alto, que derrama su Espíritu sobre las aguas del bautismo.

El Espíritu Santo aparece simbolizado con tres elementos: el agua, la forma de paloma dibujada por unas líneas blancas, haciendo referencia al Espíritu que desciende en forma de paloma en el Bautismo de Cristo[4]; y el fuego, expresado en las tonalidades rojas y amarillas del interior de la paloma, que recuerda las lenguas de fuego que los apóstoles reciben en Pentecostés. [5]

La Segunda Persona, el Hijo, se representa por la cruz que atraviesa el espacio del cuadro verticalmente y en sentido horizontal. De la intersección de los dos brazos de la cruz surge el agua que llena la concha y que va a ser derramada sobre la cabeza del eunuco recordando el pasaje del Gólgota, en el que, del costado Cristo muerto en la cruz y traspasado por la lanza del soldado brota sangre y agua,[6] símbolos de la Eucaristía y del Bautismo y símbolos de la Iglesia, la nueva Eva que nace del costado de su Señor.

En la figura de Felipe podemos ver simbolizada a la Iglesia misma, que imparte el Bautismo obedeciendo al mandato de su Señor en los versículos finales del evangelio de san Mateo: “Id, pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.”[7]

Es una figura alargada, que se inclina con misericordia, acogiendo al que recibe el sacramento, con expresión serena y ojos cerrados como signo de oración y de vida espiritual.

En la figura del eunuco aparecen representados los catecúmenos que, a través del Bautismo, renacen a una vida nueva. Con las manos juntas en actitud de oración, se inclina con humildad y recogimiento para recibir la gracia bautismal.

Este cuadro no pretende dejarnos indiferentes, quiere poner delante de nosotros la realidad misteriosa del Bautismo  y nos invita a recuperar su significado profundo, para que vivamos en plenitud la naturaleza nueva que recibimos un día.

El recuerdo de nuestro bautismo debe impulsarnos a vivir y a experimentar el gozo de ser hijos de Dios en el Hijo, de ser miembros de la Iglesia, Cuerpo de Cristo en medio del mundo, de haber recibido el don de la fe y la vida eterna.

Y al igual que el eunuco siguió por el camino lleno de alegría, que nosotros vivamos cada día el gozo de ser hijos de Dios en el Hijo, regalo inmenso que recibimos el día de nuestro bautismo.

Juan Palomo Reina

[1] cfr. Hch 8,4-40

[2] Cfr. Hch 6,1-6

[3] Hch 19, 28

[4] Mt 5, 16

[5] Hch 2, 3-4

[6] Jn 19, 34

[7] Mt 28, 19-20