Nos creemos invencibles, dominadores de la situación, dueños de la creación y actuamos como si no hubiera que rendir cuentas a nadie. Y, no, no sabemos lo que hacemos al olvidarnos de que no estamos solos en el mundo.
El Dios que nos creó por amor, con amor, y para el amor, no nos creó para que esperásemos que la solución a lo que no nos gusta, nos lloviera del cielo. Lo que nos cuesta entender es que nosotros, cada uno de nosotros, somos el rostro de Dios para muchos hermanos nuestros.
De la respuesta que demos, dependerá que hagamos de nuestro prójimo, de nuestros hermanos con rostro propio, con nombre propio, personas libres de pobreza, hambre y desigualdad. Somos la sonrisa de Dios, porque a Dios le gusta reír con nuestra sonrisa cuando compartimos felicidad con los otros; somos las manos de Dios porque a Dios le gusta acariciar con nuestras manos el sufrimiento, el dolor, y la angustia. Dios ama a través de nosotros y, nosotros mismos, somos amados por él a través de otras personas.
Aprendamos a ser responsables unos de otros. Dios no abandona a nadie. Decimos que creemos en Dios, pero, ¿sentimos y hacemos sentir su presencia?