La beata Victoria Díez y Bustos de Molina, nació en Sevilla, el 11 de noviembre de 1903, murió en Hornachuelos, Córdoba, el 12 de agosto de 1936. Maestra, catequista, miembro de la Institución Teresiana, tras ganar la oposición como maestra en un pueblo de Badajoz.
En 1928 se trasladó a Hornachuelos. Colaboradora de la Acción Católica, de ella diría san Juan Pablo II en la ceremonia de beatificación, en : “Esta beata es un ejemplo de apertura al Espíritu y de fecundidad apostólica. Supo santificarse en su trabajo como educadora en una comunidad rural, colaborando al mismo tiempo en las actividades parroquiales, particularmente en la catequesis. La alegría que transmitía a todos era fiel reflejo de aquella entrega incondicional a Jesús, que la llevó al testimonio supremo de ofrecer su vida por la salvación de muchos”. El 11 de agosto de 1936, fue detenida en su domicilio, encarcelada y conducida con un grupo de hombres del pueblo, entre los que estaba también el párroco Don Antonio Molina, hacia la Mina del Rincón. En el camino, Victoria anima a quienes han sido apresados con ella recordándoles que les espera el encuentro con Cristo, siendo fusilada con ellos al amanecer del día 12 de agosto.
De ella diría el Cardenal Carlos Amigo Vallejo OFM, en 1993: “No, no fueron simplemente unas circunstancias determinadas -afirma-. Cuando Victoria Díez sufría el martirio, en la madrugada del 12 de agosto de 1936, el ejemplo que daba en esos momentos no era sino el testimonio de esa fe, fuerte y humilde, que había manifestado durante toda su vida. Pudo decir con sus labios lo que llevaba en lo más profundo de su alma. Si durante su vida había mirado solamente a Jesucristo, ahora bien podía ratificar con el martirio el compromiso, una y otra vez repetido: no volveré la cara al Señor. Victoria Díez sabía del precio que Cristo exige a quienes desean ser sus amigos. Por eso, y siguiendo el espíritu de Pedro Poveda y de la Institución Teresiana, deseaba ser consecuente con lo que sería la norma de su vida: ´creer bien y enmudecer no es posible´”.
Fuente: Revista ecclesia