María José llegó a Cáritas Diocesana en 2018, aunque no era la primera toma de contacto con la institución. Su trayectoria vital y pastoral hizo que se mantuviera siempre cercana sobre todo por su presencia en su parroquia Nuestra Señora de La Candelaria. Siempre junto a su marido Javier, conocido por todos como “Kiki”, ha sido parte activa y comprometida con su comunidad parroquial, un hogar en el que forjó grandes amistades y vínculos de fraternidad. Esta experiencia le llevó a abandonar su vida como profesora de alemán y su trabajo en un conocido comercio, para dedicarse a la intervención social en la Asociación Juvenil Candelaria, donde estuvo más de quince años como trabajadora social y, posteriormente, coordinadora de proyectos.
María José hizo de su trabajo una opción de vida. Fruto de esta opción es, entre otros muchos, el cariñoso recuerdo que las familias y jóvenes del barrio con los que trabajó, han tenido de ella, personas con las que siguió en contacto a pesar de los años.
Así es como supo vivir María José, haciendo de su vida y su trabajo su vocación de servicio y de entrega por construir un mundo más justo. Un mundo donde todos fuéramos iguales. Un mundo donde lo importante no es tener o no tener, sino generar oportunidades sobre todo para quien, por desagracia, nace sin ellas.
Fue tal esa opción, que consiguió estudiar Trabajo Social mientras trabajaba y desempeñaba su papel como madre, cuando su hijo Pedro aún era pequeño. Ella misma contaba el sacrificio tan importante que le supuso esa etapa… pero lo consiguió. Era inteligente, constante, responsable con sus compromisos, y capaz de estar al cien por cien en aquello en lo que creía, con aquellos en los que creía: su familia, sus amigos… y las personas que más lo necesitaban.
Su familia era para ella el corazón donde se fraguaba el amor que le impulsaba a ser y estar en el mundo de la forma en que lo hacía. Kiki, su incondicional compañero de vida. Pedro, su hijo, su gran pasión. Era difícil hablar con ella sin saber de su Pedro, de sus estudios, de sus amigos, de ese niño sensible, guapo, disfrutón y bético al que adoró cada día. Su familia, su pilar, su vida.
Aunque la enfermedad, si hablamos de tiempo, sea cuando sea, siempre llega pronto… a María José le llegó dolorosamente temprano. Años de tratamiento y superación marcaron determinantemente su vida. El sufrimiento trasforma, y en su caso, le hizo ver claramente que el tiempo era para disfrutarlo, para facilitarle la vida a los demás, para saber dar a lo que acontece “su justa importancia” y luchar por lo que uno considera justo.
Su entrada en Cáritas fue como ella, paciente y con el corazón, la mente y las manos abiertas. Cultivó las relaciones humanas con cariño, sin prisas; conociendo, generando un clima de confianza y, sobre todo, con muchísimo sentido del humor. Era esa chispa, su chispa, la que aportaba en los grupos, en las conversaciones, describiendo las situaciones…Hoy en día tener aptitud y sentido del humor lo es todo.
Ha sido una buena compañera, de las que uno o una quisiera tener o cruzarse al menos una vez en su carrera, en su vida.
Era generosa, compartía de vez en cuando el bizcocho o el pan que ella misma hacía, y regaló la máquina de café a su departamento, cuando la anterior se rompió. Puede parecer baladí, pero contar con una máquina de café en la oficina ayuda al encuentro, a la pausa, al detalle, al cuidado, al respiro… Cercana y cariñosa, se interesaba por las circunstancias personales de sus compañeros y del voluntariado al que acompañaba en la Vicaría Oeste. Los tenía especialmente presentes, cuando estaban enfermos, ellos o alguno de sus familiares.
Resiliente y luchadora hasta el último momento. Nunca perdió el sentido del humor. Fue vitalista sin mostrar debilidad ni victimizarse por la dureza de su enfermedad.
“¡Aquí hemos venido a pasarlo bien!” Con ese lema inspiraba su vida y la de los demás, cuando en no pocas ocasiones hacemos problemas de cuestiones cotidianas o dificultades que al final no merecen la pena vivirlas con desvelos o enfado.
Era divertida. La sonrisa y la alegría eran su sello de identidad. Daba igual si era Feria o Navidad, estaba alegre en momentos alegres y nos hacía alegres a los demás. Su alegría era muchas veces el nexo de unión entre nosotros.
Siempre disponible, se ofrecía para echar una mano en aquello que hiciera falta.
Su equipo, y todos los compañeros de Cáritas que tuvieron la suerte de trabajar junto a ella, la quieren. Ella también nos quiso. Hizo buenas alianzas desde el principio, compartió confidencias, momentos de complicidad en los almuerzos o los viajes en el coche, y espacios de trabajo donde pudimos crecer con ella. Profesional y auténtica, en ella no había engaño, lo que ella ofrecía era verdad, sentimientos puros y nada más.
Nuestra compañera María José Herranz partió a la Casa del Padre el pasado 5 de agosto.
Te queremos y te echaremos de menos María José. Solo nos consuela saber que descansas en la Paz de Cristo, aquel que fue presentado al pueblo, en el que siempre creíste y confiaste.