En la homilía de este pasado domingo, D. Manuel Palma nos resalta la importancia de la festividad que estamos celebrando. Un día de gozo, en el que entendemos la profundidad de la misión del Hijo de Dios entre los hombres. En este día, según los padres de la Iglesia antigua, se unen el nacimiento y la cruz.
Por la entrega del Hijo de Dios, por el sacrificio de Cristo, nosotros somos verdaderamente rescatados. No con dinero de este mundo, ni con sangre de animales, sino al contrario, con la sangre preciosa de Aquél que es el tesoro oculto de Jesucristo, el Señor.
Esa entrega a la Voluntad del Padre, que el Hijo de Dios ha venido a cumplir al mundo se pone ya de manifiesto ya en los primeros días de su vida, cuando en el templo los ojos de los allí presentes contemplan al que es luz de las naciones y gloria de Israel. También nosotros hemos sido puestos, junto al sacrificio de Cristo para ofrecer, día a día, nuestra vida con una ofrenda agradable a Dios. Para entregarnos cotidianamente.
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