Hoy celebramos a San Josemaría Escrivá, “el santo de lo ordinario”

Cada 26 de junio, la Iglesia Católica celebra a San Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote español, fundador del Opus Dei. Hoy se cumplen 47 años desde que partió al encuentro de Dios.

“Dios no te arranca de tu ambiente, no te remueve del mundo, ni de tu estado, ni de tus ambiciones humanas nobles, ni de tu trabajo profesional… pero, ahí, ¡te quiere santo!”. Estas palabras de San Josemaría resumen muy bien buena parte de la inspiración que recibió de Dios para mover los corazones de muchos, y convocarlos a santificar el mundo actual.

Por eso, no son pocos los que lo llaman “el santo de lo ordinario”, y lo hacen, no de manera peyorativa sino todo lo contrario; lo señalan así porque San Josemaría entendió a la perfección de qué se trata la vida del cristiano hoy: hay que hacer de lo ordinario algo extraordinario.

Tras las huellas de Cristo

San Josemaría Escrivá de Balaguer nació en Barbastro, Huesca (España) en 1902, en el seno de una familia profundamente cristiana. Desde joven, le tocó conocer lo que es el sufrimiento: sus tres hermanas menores murieron siendo aún pequeñas, el negocio de su padre quebró y la familia tuvo que dejar su tierra para mudarse a Logroño.

Cierto día, Josemaría vio sobre la nieve las huellas de unos pies descalzos. De solo pensar en quién podría haberlas dejado, se le congeló hasta el alma. Sin embargo, cuando se enteró de que eran las pisadas de un religioso, su apreciación del hecho cambió completamente.
Esas huellas -piensa- han sido dejadas por alguien extraordinario, que hace cosas igualmente extraordinarias. Lo que ha visto en el suelo lo transporta a un plano distinto: intuye que Dios quizás le enviaba un mensaje, que quizás quería algo de él.

Poco a poco, su mente se fue aclarando, hasta que pensó que Cristo le pedía que siga sus pasos de cerca, como sacerdote.

Un buen muchacho, como muchos otros

Esas huellas -piensa- han sido dejadas por alguien extraordinario, que hace cosas igualmente extraordinarias. Lo que ha visto en el suelo lo transporta a un plano distinto: intuye que Dios quizás le enviaba un mensaje, que quizás quería algo de él.

Poco a poco, su mente se fue aclarando, hasta que pensó que Cristo le pedía que siga sus pasos de cerca, como sacerdote.

Un buen muchacho, como muchos otros

El 2 de octubre de 1928, según sus propias palabras, Dios le hizo “ver” lo que quería de él: llevar el mensaje del llamado universal a la santidad por todo el mundo. Lo que el Espíritu de Dios había suscitado en el corazón lo mueve a formar una comunidad, una familia en el seno de la Iglesia: el Opus Dei; cuyo propósito radica en promover la santificación entre sus miembros en medio de la vida ordinaria, en particular a través del trabajo. San Josemaría define con estas palabras lo que debe ser el Opus Dei: “Una movilización de cristianos que supieran sacrificarse gustosos por los demás, que hicieran divinos los caminos humanos de la tierra, todos, santificando cualquier trabajo noble, cualquier trabajo limpio”.

Cristo ha de volver a los claustros universitarios

En 1933 el santo concibe la idea de generar una academia universitaria de raíz católica. Josemaría entiende que esto es imperioso, ya que el mundo de la cultura y la ciencia son ámbitos decisivos para la evangelización de toda sociedad. Lamentablemente, el estallido de la guerra civil en 1936 desató una persecución religiosa que obligó al santo a refugiarse en diversos lugares de España, hasta que pudo asentarse en Burgos.

Acabada la guerra en 1939, San Josemaría retorna a Madrid para terminar los estudios de doctorado en derecho civil en la Universidad Central. Su fama de hombre espiritual lo llevó a dirigir ejercicios espirituales a pedido de obispos y superiores religiosos. En 1946, se traslada a Roma y obtiene de la Santa Sede la aprobación definitiva de su más importante obra, el Opus Dei.

Al paso de la renovación de la Iglesia

En los años sesentas sigue con atención el Concilio Vaticano II, estableciendo lazos apostólicos con muchos padres conciliares y abriendo nuevas puertas para hacer crecer al Opus Dei y difundir su mensaje. El crecimiento de la familia espiritual lo obliga a dedicarle todos sus esfuerzos. Viaja por diversos países de Europa y América con el objetivo de impulsar y consolidar el trabajo apostólico de “la Obra”.

“Allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo”, afirmaba, con ánimo inacabable, San Josemaría.

El “santo de lo cotidiano” partió a la Casa del Padre el 26 de junio de 1975 a consecuencia de un paro cardíaco. Murió asistido por la gracias debidas y a los pies de un cuadro de la Santísima Virgen de Guadalupe. Fue canonizado por San Juan Pablo II en el año 2002.