Es difícil imaginar que alguien opte por dedicar su vida al silencio, a la oración y a la soledad en grado superlativo, pero más difícil es imaginar que para esta opción haya lista de espera.
Con lista de espera para ingresar, se encuentra la comunidad camaldulense de Monte Corona, ubicada en el Yermo de Nuestra Señora de Herrera, un recóndito lugar (en invierno es misión casi imposible llegar al monasterio) a escasos kilómetros de Miranda de Ebro (Burgos).
Cuesta explicar el repunte de vocaciones en este lugar perdido en los Montes Obarenes, además es una comunidad joven, en la que el menor tiene 35 y ninguno supera los 60 años.
Es un yermo casi inexpugnable, las lluvias dificultan el acceso hasta el monasterio. Ellos nunca han querido que las instituciones arreglen el único camino de acceso. Viven en un foso natural que les permite estar aislados y evitar un turismo que pueda romper la paz y la soledad por la que han optado.
Los monjes se dividen en dos ramas: los eremitas y los cenobitas. Los primeros viven en celdas individuales, donde rezan, meditan y trabajan en silencio. Se reúnen con los demás solo para celebrar la liturgia y compartir algunas comidas. Los cenobitas, por su parte, viven en comunidad, compartiendo las tareas y los bienes. Se reúnen con frecuencia para orar, estudiar y dialogar. Ambas ramas se complementan y se enriquecen mutuamente.
Siguen la regla de san Benito adaptada a las exigencias de la contemplación y la penitencia. Se levantan a las 3:40 de la madrugada, cuando empiezan a rezar y leer la Palabra de Dios. Hacia las siete desayunan, siempre solos en sus celdas, como en cada comida, y empiezan con el trabajo de limpieza, de cuidado del huerto y de mantenimiento de su monasterio. Al mediodía vuelven a rezar y después se retiran a sus celdas para almorzar y pasar unas horas en soledad y meditación. Cenan a las siete y media, y luego, a las ocho, se reúnen y después se acuestan, a las 9 de la noche.
Todo es muy pobre y no hay tecnología ni demasiada conexión con el mundo, pero esta vida entre lo monástico y lo eremítico es atractiva para muchos que buscan una unión más profunda con Dios.
La orden de la Camándula ha dado a la Iglesia varios santos y beatos, entre ellos Romualdo, Pedro Damián, Andrés Corsini, Pablo Giustiniani y María Magdalena Martinengo. También ha contribuido al arte y a la cultura con figuras como Ambrosio Traversari, humanista y traductor de los Padres griegos; Guido d’Arezzo, inventor del pentagrama musical; o El Greco, pintor que representó a los camaldulenses en varias obras.
Actualmente, la orden cuenta con unos 100 monjes repartidos en 10 países: Austria, Brasil, España, Estados Unidos, Francia, Hungría, India, Italia, Polonia y Tanzania. Su misión es ser testigos del amor de Dios en el mundo, ofreciendo un espacio de silencio, paz y oración a todos los que buscan a Dios.