Que la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos) lleve siete años publicando, con rigor y puntualidad, todo lo que le llega de Carmen Hernández –o sobre Carmen Hernández– es buena cosa. Es bueno por dar, primero, provecho a lectores que demandan respuestas y que las encuentran, cada vez más, en el ejemplo de vida –que no vida ejemplar, ojo– de determinadas personas; y por ofrecer, en segundo lugar, una muestra de los textos fundacionales de una de las realidades con más presencia dentro de la Iglesia.
Al final, con esto de los iniciadores, hagan lo que hagan y vengan como vengan, siempre pasa lo mismo: se mueren. Y al morirse, queda abierta la posibilidad de que aquello que el Espíritu fundó a través de ellos y a lo que dedicaron toda su vida, de alguna manera, se desvirtúe. Tal pasó con los jesuitas, los agustinos o con el Carmelo descalzo. Es casi como un patrón que se repite: muerto el iniciador, llegan tiempos de crisis de identidad, de desierto, de vagar desorientados por haber perdido la noción de los propios orígenes para, después, redescubrirlos y contemplar, con ojos nuevos, la frescura inicial. Tiempo de prueba, de crisol o lo que se quiera y que sirve, al fin, para despojar al grupo de todos los oropeles adquiridos durante años y que lo apartan, o al menos estorban, del mensaje inicial. Del mismo modo que las hermanas carmelitas pudieron volver sobre los textos y cartas de la santa de Ávila para reconducir su orden tras los años de Nicolás Doria; así el Camino Neocatecumenal, cuando llegue el momento, sabrá dónde acudir para recuperar las fuentes de su propio carisma.
Después de la apertura solemne de la fase diocesana de la Causa de Canonización de Carmen el día 4 de diciembre de 2022, y ante la celebración del séptimo aniversario de su muerte, el Equipo Responsable Internacional del Camino Neocatecumenal, formado por Kiko Argüello; Ascensión Romero y el padre Mario Pezzi, pide que, si es posible, “en cada parroquia se celebre ese miércoles, día 19 de julio, la Eucaristía con las comunidades, pidiendo al Señor por el eterno descanso de su alma y para que continúe lo más rápidamente posible su proceso de canonización“.
Diarios
Diarios. 1979-1981 (BAC, 2017), publicado al año de su muerte, supuso una pequeña revolución en las entrañas del propio Camino. Allí donde todos veíamos ingenio y carisma, carácter fuerte y –me perdonen el término– un gran empoderamiento femenino, descubrimos con asombro a una Carmen pequeña, anonadada, en constante anhelo de aquel que con su presencia vendría para hacerla grande pero que, sin él, no sería NADA. Y lo ponía así, en caja alta. El libro nos da un acceso directo a las entretelas de una Carmen hasta entonces inaudita, desconocida para todos –aun para el propio Kiko Argüello, con quien tanto convivió–; una Carmen para la que no existía nadie más que Jesucristo y cuyo silencio y ausencia llegaban a doler a niveles casi imposibles de describir. Ángel Barahona, filósofo de pro y muy cercano a Carmen, llegó a decir en la presentación del libro que su dolencia durante los años en que escribió estos diarios había de leerse en clave nostálgica, y así es.
Nostalgia de un amor que conoció y cuya ausencia se le volvió, por momentos, insoportable. Un halo de «aridez espiritual» –en feliz expresión de Barahona– recorre todo el libro, y al lector le sorprendió que precisamente aquella que estuvo llamada a sostener con su predicación la fe de varias generaciones, viviera, en la soledad de la noche, estos episodios de verdadera sequía. La autenticidad de su catequesis contrastó, entonces, con la duda y el tormento que, según se lee aquí, la acosaban cuando se quedaba a solas, no buscando más compañía que la de Jesucristo. Su escritura tiene un ductus violento, trazado sobre el papel casi con brutalidad, dando poca o ninguna atención al estilo con que va escrito. Y es que la literatura creada en intimidad, en el ámbito de lo privado, suele ser generosa con el lector, pues se le abre ante los ojos sin reservas ni dobleces. Estos Diarios quisieron ser instantánea directa del sentir de Carmen, y en ellos no hay retórica, ni aditivos de estilo, ni adornos de ningún tipo porque no fueron escritos para lectura pública, sino como simple y puro desahogo de un amor que celebraba el encuentro –«Jesús, ven a verme esta noche»; «tengo ganas de escaparme a solas contigo, lejos de todo y de todos»– y lloraba la separación –«Jesús mío, lo veo todo oscuro, apagado»; «despierto con pensamientos de terror […] por favor, dime que tú estás»–.
Carmen Hernández. Notas biográficas
Pocos años después la BAC saludaría la publicación de la que, hasta hoy, ha de tenerse por biografía oficial: Carmen Hernández. Notas biográficas (BAC, 2021). El subtítulo no es gratuito, pues aunque el texto venga firmado por el profesor Aquilino Cayuela, y la prosa sea en esencia suya, bien es verdad que se apoya constantemente en volúmenes y volúmenes escritos por la propia Carmen, con lo que se puede decir sin empacho que estamos ante una (auto)biografía escrita a cuatro manos. Libro dividido, al modo clásico, en dos grandes bloques separados por el momento –fundamental en su vida– del inicio de las comunidades neocatecumenales. Tiene, sin embargo, la particularidad de ofrecer, por primera vez, la imagen de una Carmen previa a la fundación del Camino: vemos aquí a una niña en quien ya se atisba una inteligencia despierta; a una adolescente cuyo ojo intuitivo era capaz de penetrar hasta lo más hondo y oscuro del alma humana; a una joven novicia cuyo impulso evangelizador latía fuerte desde bien pronto y que no podía refrenar, por más que lo intentara, porque brotaba incontenible del fondo de su ser. Todo, en fin, anticipaba el carisma arrollador que estaba por venir.