Homilía VIII domingo del tiempo ordinario

En la homilía de hoy, D. Manuel Palma nos hace ver cómo en tiempo de Jesús, la línea entre el bien y el mal estaba un poco difusa. Vemos el ejemplo en los fariseos, que parecen buenos, recibiendo el elogio de todos, cumplidores de la ley, mientras que su interior está vacío. Jesús les achaca tres defectos:

  • La ceguera. Ellos, que eran buenos conocedores de las Escrituras, son incapaces de reconocer al mismo Hijo de Dios delante de ellos.
  • La hipocresía. Ellos veían en los demás, los defectos que no eran capaces de ver en sí mismos. Viven sumergidos en multitud de preceptos, y se habían olvidado del mandato de Dios.
  • Un corazón vacío. El gran pecado de los fariseos era que vivían de espalda a Dios. Vivían en la superfice de una prácctica aparentemente religiosa, y perdían de vista la raíz de nuestra vida.

También en el hoy de nuestra vida nos habla el Señor de la tentación de nuestra vida de andar viegos, sin reconocer al Señor, de ser hipócitas y de cultivar sólo la exterioridad y la tentanción de no entrar en la raíz de nuestra vida y dejar a Dios en último plano para ponernos nosotros y nuestras cosas en primer lugar.